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Autor

Isaac Asimov
(adaptación)

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¿Te imaginas una especie de disco o casete que siempre estuviera perfectamente ajustado; que empezara a funcionar automáticamente en cuanto uno lo mirara, que se parara automáticamente en cuanto uno dejara de mirarlo; que pudiera avanzar o retroceder deprisa o despacio, a saltos o con repeticiones, a placer del usuario?

Qué duda cabe que ese es el aparato de nuestros sueños: un casete que pueda contener información sobre infinitos temas, del mundo de ficción o del real; que sea autónomo, manejable, económico en el consumo de energía, privado y sujeto a nuestra voluntad. ¿Será sólo un sueño? ¿Tendremos algún día un casete así?

La respuesta es un sí rotundo... no es que lo vayamos a tener algún día... es que ¡lo tenemos ya! Para ser más exactos, existe desde hace siglos. El ideal que he descrito es la palabra impresa: la revista, el libro, lo que ahora lees... un objeto ligero, privado y manipulable a voluntad.

¿Piensas acaso que el libro no produce sonido e imágenes? Pues te equivocas. Es imposible leer sin oír las palabras en la mente y sin ver las imágenes que se producen, con la ventaja de que son sonidos e imágenes propios. Las imágenes y sonidos que ofrecen todos los demás medios de entretenimiento están 'congelados' y tienen un nivel de detalle que mejora con el avance de la tecnología. El resultado es que los medios exigen cada vez menos del usuario. Incluso insertan risas pregrabadas para facilitar emociones sin esfuerzo. La persona a quien le cuesta leer recurrirá a estos productos y seguirá siendo un espectador pasivo.

La palabra impresa, por el contrario, presenta un mínimo de información. Todo lo demás por encima de ese mínimo tiene que ponerlo el lector: la entonación, la expresión de los rostros, la acción y el escenario han de ser extraídos de esas sartas de símbolos en blanco y negro. El libro es una empresa compartida entre escritor y lector, como ninguna otra forma de comunicación puede serlo.

Si perteneces, por tanto, a esa pequeña y afortunada minoría para quienes la lectura es fácil y agradable, el libro, en cualquiera de sus manifestaciones, será irreemplazable e indestructible, porque exige participación. Por muy agradable que sea el papel de espectador... ¡participar siempre es mejor!

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