Leer, leer, leer, el alma olvida
las cosas que pasaron.
Se quedan las que se quedan, las ficciones,
las flores de la pluma,
las olas, las humanas emociones,
el poso de la espuma.
Leer, leer, leer, ¿seré lectura
mañana también yo?
¿Seré mi creador, mi criatura,
seré lo que pasó?
que cierra su recinto, me someto
de mi vida al misterio, el desencanto
huyendo del saber y a Dios levanto
con mis ojos mi pecho siempre inquieto.
Hay del alma en el fondo oscura sima
y en ella hay un fatídico recodo
que es nefando franquear; allá en la cima
brilla el sol que hace polvo al sucio lodo;
alza los ojos y tu pecho anima;
conócete, mortal, mas no del todo.
¿Qué es tu vida, alma mía, tu costumbre?
¡Viento en la cumbre!
¿Cómo tu vida, mi alma, se renueva?
¡Sombra en la cueva!
Lágrimas en la lluvia desde el cielo,
y es el viento sollozo sin partida;
pesar la sombra sin ningún consuelo,
y lluvia y viento y sombra hacen la vida.
En su obra, que abarca todos los géneros, aparecen las constantes de su pensamiento: el autobiografismo, la obsesión religiosa, el ansia de inmortalidad, el descubrimiento del paisaje castellano, el concepto de «infrahistoria», etc. En su narrativa (en la que tiene gran importancia el diálogo), muestra además una visión de la vida provinciana española con sus conflictos domésticos y los problemas que supone la convivencia: Paz en la guerra (1897); Amor y pedagogía (1902); Niebla (1914), a la que denomina «nivola» para diferenciarla de la novela decimonónica, plantea uno de sus temas más obsesivos y dramáticos: el de la identidad.