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Inicio - Prosa - El hombre que no creía en la magia

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foto María Villagrasa
María Villagrasa García
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Mario había sido marinero. Hubo un tiempo en el que toda su vida fue la mar. Había pasado tanto tiempo navegando que perdió la oportunidad de tener una familia. Pero mientras pudo navegar no le importó, no se sentía solo, pues él ya tenía a su amada: la mar.

Nació junto a ella, creció en ella y había pasado la mayor parte de su vida mecido por sus aguas. Pero el tiempo y los años no perdonan a nadie, tampoco a Mario. Y llegó un día en el que Mario no pudo seguir navegando. Sus cansados brazos ya no le permitían manejar su querido barco, ya no podía salir a la inmensidad del mar y sentirse abrazado por las olas. Ahora sí que se sentía solo. Había perdido lo que más amaba en la vida, y no tenía a nadie. Hasta entonces la mar había sido su compañera, con ella había compartido su alegría y su pena. Se despertaba con su olor y era lo último que sentía al dormirse. Pero eso se había terminado, se había vuelto viejo, y la mar no le haría más compañía. La soledad y la tristeza convirtieron a Mario en un hombre triste y amargado, resignado a contemplar lo que un día había sido su vida. Había perdido su ilusión y su fe... había olvidado lo que era sentirse feliz. foto Marinero

Cada mañana Mario paseaba junto a la orilla dejando que las olas mojasen sus pies, intentando sentirse en él de nuevo y ahogándose en sus recuerdos.

Un día, mientras caminaba, se encontró con una joven extraña que contemplaba el mar con la mirada perdida en el horizonte. No parecía ser de la zona y el viejo nunca la había visto por ahí. Pero aunque le intrigó, Mario no tenía intención de pararse a preguntarle por su identidad. Fue enorme su sorpresa cuando al pasar junto a ella la joven se volvió y se dirigió a él:

—Hola, Mario, soy Sarah... he venido a buscarte. Quiero enseñarte mi magia —tenía unos ojos verdes preciosos, como si el mar se reflejara en ellos y una suave y dulce sonrisa adornaba su bonita cara.

Mario quedó tan asombrado por esto último que no se percató del hecho de que la joven conociera su nombre.

—Joven, ¡no diga tonterías!, la magia no existe. Y ahora apártese de mi camino, tengo prisa.

Pero Sarah no se apartó, tampoco desapareció la sonrisa de su cara a pesar de lo brusco que el viejo había sido con ella.

—Quiero que vengas conmigo, Mario... tengo algo que mostrarte.

El viejo, aunque receloso, accedió finalmente a seguirla aunque no cambió en ningún momento su actitud huraña.

Sarah caminó en silencio hasta el final de la playa sin dejar de sonreír en ningún momento. Al llegar, el viejo se paró.

—¿A dónde va? —preguntó—, no hay salida por aquí, la playa termina en ese saliente y no hay acceso al otro lado... no hay forma de pasar por las rocas.

Pero Sarah no se detuvo, ni tampoco hizo caso al viejo, siguió caminando hasta llegar al comienzo de un pequeño y estrecho sendero escondido entre las rocas.

«¿Cómo es posible que nunca haya visto este camino? Estoy seguro de que no estaba, conozco esta zona a la perfección. Pero el camino tampoco puede surgir de la nada. Qué extraño es todo esto» —Mario se estaba impacientando, comenzaba a experimentar una sensación de enfado, mitigada a la vez por una inmensa curiosidad.

Al final del camino había otra cala, más pequeña que la que el viejo marinero recorría cada mañana. Al fondo, en el otro extremo, había una casa de madera, pintada de blanco, con grandes ventanas azules y un enorme porche que la rodeaba.

«Qué bonita, siempre me han gustado las casas blancas, quizá pinte la mía… Sí, eso haré, pintaré mi casa de blanco, así parecerá más alegre… Pero, ¿qué me está pasando? ¿Qué tendrá que ver el color de una casa? Creo que estoy empezando a pensar demasiadas tonterías...».

—¿Para qué me ha traído aquí? ¿Qué quiere que vea?

—Ya te lo he dicho, Mario, quiero enseñarte la magia.

—Pero joven, ya le he dicho que la magia no existe. ¿Entiende? ¡La magia no existe!

foto mujer y marMario estaba elevando el tono de voz sin darse cuenta. «¿Pero qué quiere esta mujer?, ¿de qué está hablando?... será mejor que me vaya...».

—Mario, Mario, ¡sí existe!... la magia es algo real... sólo tienes que encontrarla. La magia está en todas partes, pero para algunas personas es difícil de encontrar. Yo estoy aquí para ayudarte a que encuentres tu magia...

—La magia es traviesa como un niño, porque se esconde esperando que vayas a buscarla —continuó—. Es única, porque es diferente para cada persona. Es asombrosa, por la capacidad de llegar al corazón de la gente.

Hizo una breve pausa y siguió hablando:

—La magia está en los ojos de un niño cuando mira a su madre; es lo que se siente cuando un ser querido te abraza; está en la calidez de una sonrisa y en la dulzura de una caricia. Cuando alguien te dice «Te quiero», ¡ahí está la magia! Está en esa canción que hace que el vello se ponga de punta; en el sonido de la lluvia al caer suavemente sobre la arena; en el murmullo de las olas del mar y en el susurro del viento entre las hojas de los árboles.

—La risa de un niño, es magia —prosiguió—. También lo es la capacidad de algunas personas para hacer que te sientas único en el mundo. Magia es mirar la inmensidad del mar y sentirte libre. Recordar los momentos de la infancia y sonreír. Lo que un olor, un sonido o un sabor te inspiran, eso... ¡eso es la magia!

—Si abres los ojos del alma... ¡serás capaz de encontrarla! —concluyó.

Mario contemplaba el mar mientras escuchaba a Sarah. Se volvió hacia ella... ¡pero la joven ya no estaba ahí!

Giró la cabeza a su izquierda, en dirección a la casa blanca que había al otro lado de la playa y vio a alguien sentado en el porche. «Tal vez sea Sarah», pensó, aunque el viejo no se explicaba cómo habría llegado hasta la casa tan rápido y allá se dirigió.

Al llegar se percató que no era Sarah quien estaba ahí sentada, sino una niña, que no tendría más de ocho años.

Al mirarla, reconoció en ella la misma mirada triste y perdida, los mismos ojos, reflejo del mar que hubiera visto en la joven de la playa.

—¿Qué te pasa, niña?... ¿por qué estás triste?

—Es por mi mamá. Salió ayer con el bote, y aún no ha vuelto. El mar estaba muy enfadado ayer, creo que se la ha quedado con él para siempre y no la va a dejar volver conmigo... y ahora yo estoy sola.

—Yo también estoy solo, fue el mar quien, en parte, hizo que no tuviera una familia. Pero... ¿qué te parece si ahora yo cuido de ti y tú me haces compañía?

—¿Sería como si tuviera un abuelo?

—Sí, supongo que sí —contestó el viejo y caviló: «¿era posible que aquello estuviese pasando?».

Mario miró de nuevo a la niña, ella le miraba a él fijamente. Esos ojos... ¡eran iguales a los de la joven que lo había llevado hasta allí!

De repente, el viejo abrió los ojos, estaba tumbado en la arena de la playa. «¿Había sido todo un sueño?». Se levantó y siguió caminando por la playa hasta llegar al saliente. Miró entre las rocas, pero no había ningún sendero. Ahora estaba seguro... ¡todo había sido un sueño!

Pero cuando caminaba de vuelta hacia su casa, una niña lloraba sentada en la arena. Al mirarla... ¿era aquello posible? ¡Sí!, ¡era ella!, era la niña de la casa blanca, la niña de su sueño. Luego, miró al mar y sonrió. Después de todo, real o no, la joven de la playa tenía razón... ¡¡¡la magia sí existía!!!

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Este relato nos llegó por correo y desgraciadamente no tenemos información de la autora.

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