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Autor

Eduardo González Viaña
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La semana pasada, luego de una presentación en una biblioteca de California, me preguntaron cuánto de verdad había en mi libro de relatos sobre la inmigración "latina" Los sueños de América. Les respondí que todo era verdad, y que lo que no lo era todavía, al final resultaría siéndolo.

Me pidieron un ejemplo, y lo di.

El cuento Usted estuvo en San Diego comenzó siendo una verdad a la que yo di un disfraz literario para proteger a su personaje, pero ya publicado el libro, la realidad se ha impuesto y ha despojado a mi lenguaje de todos los trucos y de todas las retóricas.

Para quienes no lo han leído, Hortensia Sierra, de 26 años, entra ilegalmente en los Estados Unidos por una cualquiera de las razones que empujan hacia este país a millones de hombres y mujeres nacidos en las maravillosas y desdichadas tierras del Sur.

San Diego, California, justo pasando la frontera, es su primer destino, y allí en su primer día norteamericano se siente como raras veces en su vida muy feliz. Tan feliz que toma un autobús urbano cualquiera acaso solamente por saber cómo son las hojas del otoño, el color de la libertad y las soñolientas calles de la ciudad un domingo por la tarde.

Pero su felicidad es muy breve. Una patrulla del Servicio de Inmigración, que busca extranjeros ilegales, entra de súbito en el vehículo y comienza a pedir documentos a todos los ocupantes. Una familia entera y un señor que se hallaban en las primeras filas son descubiertos y obligados a salir del bus y a pasarse a una furgoneta policial que aguarda al costado.

Hortensia, que no tiene documentos, no puede contener las lágrimas, y el caballero gringo que se sienta a su lado le pregunta cuál es el motivo, y si acaso está enferma.

—No es eso. Lo que pasa es que no tengo papeles. Soy ilegal, y los agentes van a detenerme...

—!Y qué piensas, estúpida! !Qué estás pensando, animal! ¿Cómo se te ocurre seguir sentada a mi lado.

Ante la dureza de sus palabras y sus gritos, los agentes de la "migra" se acercan a preguntar qué está pasando.

—¡Llévensela! Mi mujer ha olvidado sus papeles otra vez, y otra vez vamos a perder tiempo en la oficina de ustedes. ¡Llévensela para que yo vuelva a ser soltero!

Los agentes rieron, mascaron chicles y se despidieron. Hortensia, quien me contó la historia, dice que saltó del bus y que no volvió a saber nada de su generoso benefactor. Su nombre es ficticio y lo inventé para protegerla, como son ficticios los papeles que usa para trabajar. Pero ya no será así por mucho tiempo.

En la Feria Internacional del Libro de Seattle, noviembre del 2001, leí el cuento ante unas quinientas personas. Un señor que había estado levantando la mano mientras yo leía, se acercó al final para que le autografiara un libro y me dijo:

—Yo soy, señor, su personaje escondido. Yo estuve en San Diego...

Podía ser una broma, pero me dio su dirección electrónica y nos tomaron algunas fotos juntos... Pero allí no termina la historia de la historia. En la Feria Internacional del Libro de Miami me encontré con Hortensia que había conseguido trabajo allí y que venía a saludarme.

—Hortensia, dime, Hortensia, ¿tú reconocerías al hombre que te ayudó si te muestro algunas fotografías.

Ante su respuesta positiva extendí ante ella unas treinta, pero ella no se tomó ni un minuto para distinguir entre decenas de personas al Buen Samaritano.

—Este... este es el hombre que me salvó...

¿Quieren ustedes saber lo que sigue? Hortensia y Bryan intercambiaron e–mails y se conocieron hace un mes. O más bien, se reconocieron y encontraron muchas afinidades que los vinculan. Ella era soltera, y él, viudo. Se casaron el pasado fin de semana, y yo estoy pensando que tal vez, en vez de continuar siendo escritor, debo poner una agencia de matrimonios.

Cada uno de los ilegales que trabajan aquí paga al año unos 5 mil dólares al Seguro Social, pero ninguno recibe la contraprestación alguna porque todas les están negadas. Aunque la ignorancia xenófoba lo diga, todos pagan sus impuestos y además hacen los trabajos que los ciudadanos de aquí no desean hacer. Aceptarlos será para Estados Unidos comprarse el mejor seguro contra el miedo y contra la escasez de amor, y hacer que sean verdad Los sueños de América.

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Eduardo González Viaña, catedrático y literato peruano (radicado en Salem, Oregon, EU), ha obtenido innumerables reconocimientos por sus obras, como el Premio Latino de Literatura 2001 y el Premio Internacional de Cuento «Juan Rulfo», el galardón para relato corto más importante de nuestra lengua. Su obra Los sueños de América (Alfaguara, 2000 y 2001), ha estado entre los primeros lugares de libros en español en los Estados Unidos.

Este y otros muchos escritos del Maestro González Viaña nos llegaron por medio de su 'Correo de Salem'; para conocer más de su obra y su persona o adquirir sus libros ingrese a: El Correo de Salem.

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